Carlos Monsiváis, adiós a uno de mis grandes.


Polígrafo, Monsiváis conocía el arte de escribir, pero sobre todo supo imprimirle a éste un sentido crítico, libertario e irónico. Su ironía nacía de su madurez personal, de su amplia cultura y de su sagaz perspicacia. Su crítica era la crítica del hombre libre que, al practicarla, enseñaba libertad a un pueblo aldeano retraído y tímido. Criticó al PRI, a la Revolución Mexicana, a la Iglesia, a los charlatanes de la cultura, a los mojigatos de la virtud moral, al machismo mexicano, a la burguesía, a los políticos, a los hipócritas, a los deshonestos, a los enfermos de poder, a los impostores, a los plutócratas. Y, en cambio, defendió siempre las causas populares. Dio –muchas veces-- voz a los oprimidos. Fue un intelectual orgánico del pueblo. No tanto un Voltaire como un Camus. Porque su vida fue una lección de moral y de humildad para todos nosotros. Su adhesión a las luchas del pueblo lo convirtió –sin buscarlo-- en “ideólogo” de “la izquierda” aunque su militancia izquierdista nunca se enredó con la ortodoxia marxista o el estalinismo. Fue un autor prolífico que se movió en diversos campos de la literatura. Su prosa no era fácil, sin embargo su lectura es gratificante y reveladora. Aficionado al cine, no negaba su culto a Humphrey Bogart. Era hombre libre, generoso; siempre dispuesto a responder tus dudas. Vivía en permanente autoconsciencia, alerta ante el mundo que le rodeaba. Su mirada penetraba hasta las profundidades del alma de las personas revelando a veces miserias y otras veces virtudes ocultas. Era un hombre digno. Su dignidad siempre estuvo a prueba de tentaciones. Cuidó su privacidad con obsesión. Tímido, tenía que vencer a su naturaleza para hablar en público y, cuando lo hacía, leía a velocidad telegráfica lo que tenía que decir para luego desaparecer misteriosamente. Inaprensible, era un hombre que huía al contacto facilón con los demás. Jamás se rindió ante circunstancias adversas o ante la crítica de sus enemigos. La crítica y la ironía fueron sus armas. Con esas armas tejió un discurso que transformó nuestra manera de pensar y de ver el mundo. Vivió con modestia en Portales. Nunca se mudó y permaneció fiel a ese sitio como evidencia de una invariable condición social. No fue un periodista, fue un intelectual, un profundo conocedor –y un constructor-- de nuestra cultura, sobre todo nuestra cultura popular. En sus páginas inolvidables re-cobraron vida Pedro Infante, María Félix, Tin tan, la Familia Burrón, Cantinflas, Joaquín Pardavé, el movimiento de 1968, etc. No escribió obra sistemática, no era su perfil. En cambio, proyectó en sus textos breves un modelo de pensador moderno, crítico y cosmopolita. Texto de Gilberto Guevara N. para Milenio.

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